viernes 26 de abril del 2024
DESTACADA 29-09-2010 12:52

Romina Yan: "Me encanta actuar"

En una entrevista con la revista Caras, mientras protagonizaba "Bella & Bestia" con Damián De Santo, Romina Yan contaba su historia de amor con Darío Giordano, cómo es tener padres tan reconocidos en la industria de la televisión, los trastornos alimenticios, y los altibajos de su carrera.

—¿De verdad quiere dejar su carrera?

—Bueno, un poco esa es la idea. No sé si me gustaría dejarla del todo, pero quisiera tener una actividad paralela en la que me sienta cómoda. Y, si el día de mañana rindiera, podría dejar la actuación. Siempre fantaseo con dejar el tema de la televisión.

—¿Por qué?

—Disfruto muchísimo de mi laburo, me encanta actuar. Pero alrededor de la actuación hay todo un entorno que no me agrada tanto. Y, sobre todo, cuando tenés tres hijos y una familia como la mía, a veces se hace demasiado... (piensa). No sé si fastidioso es la palabra, pero este trabajo demanda mucho tiempo, implica demasiada exposición. Y llega un momento en que el equilibrio se empieza a perder por más que una lo busque. Y te empezás a angustiar, porque no rendís lo suficiente en tu trabajo o porque estás ausente de tu casa las horas que deberías estar. Por eso, prefiero evitar la exposición y trato de no ir ni siquiera a los estrenos, porque realmente la paso mal. No sé cómo evitar las cámaras y me da como una fobia. Prefiero mantener un perfil bajo, preservar a mi familia. Pensá que soy hija de padres conocidos así que viví mucho las persecuciones, los fotógrafos parados en la puerta de casa, todo eso.

—¿Lo sufrió?

—Sí, mucho. Cuando era chica me hacían sufrir las cosas que me decían mis compañeros del colegio, las burlas por lo que hacía mi mamá en la tele. Por eso trato de preservar a mis hijos. Tanto, que pienso que no me molestaría dejar todo. A diferencia de lo que les pasa a otros actores, no siento que necesite actuar para vivir. Esto de la tele me da un poco de vértigo.

—¿Para poder manejar todo lo que no le gusta de su papel de actriz es que siempre trabaja en programas producidos por sus padres? ¿Busca protección?

—No, al contrario. Ellos me dicen que tengo que hacer más notas, salir, hacer prensa. Trabajo con ellos porque me siento cómoda, me siento contenida, y muy cuidada.

—¿Pero eso no le genera inseguridad? ¿No le gustaría probarse en otros ámbitos?

—Es que no pasa por mí. Ocurre que no me han llamado de otros lados, y no me explico por qué. Ahora, me convocaron para hacer una película que no tiene nada que ver con mis viejos, y la hice.

—¿Por qué cree que no tiene demasiadas propuestas?

—Lo que pasa es que no siempre llegan en el momento adecuado. Por ejemplo, tuve muchas propuestas justo cuando quería tener otro bebé. Y las rechacé. Mi representante me quería matar, pero yo soy así. Soy muy metódica, insoportablemente estructurada. En algunas cosas me parezco a Bella, mi personaje de “B&B”. Siempre le digo a mi marido que a mí me cansa el agotamiento mental. Siempre estoy en mil cosas a la vez. En el laburo estoy pensando en los chicos que están saliendo del colegio y si me dejarán un mensaje diciendo que llegaron bien, para que me quede tranquila. Pienso en lo que comieron en el comedor para decidir qué tienen que comer en casa ese día. Entonces, llamo para pedir que les preparen lo que quiero que coman. O sea que voy pensado todo el tiempo. Y cuando llego a casa, la cabeza me explota. Además, no me gusta perder el tiempo. Entonces, si tengo un hueco libre no puedo tirarme a descansar. Necesito ocuparlo. Si planifico descansar, está buenísimo, de lo contrario tengo que hacer algo. Cuando tengo un bache en las grabaciones, hago las compras y las envío a casa. Si tengo otro bache, voy y me depilo. Soy muy organizada. Planifico todo y si me cambiás algo, me matás. Si pienso que voy a aprovechar un bache en las grabaciones para hacer un llamado al médico y no se da cuando yo lo esperaba me pongo de mal humor. Soy terriblemente obsesiva, y eso para algunas cosas me sirve y para otras me vuelve loca. Lo sufro cada vez que las cosas no se dan como yo quiero. En ese sentido, me gustaría ser un poco más como Damián, que vive la vida venga como venga, siempre relajado. Lo admiro por eso.

—Asegura que en algunas cosas se parece a su personaje. Como ella ¿podría enamorarse de un hombre como el que interpreta De Santo? ¿Su marido se le parece?

—No mucho. Pero tiene algo de Damián: con las cosas de la casa es un desbole. Me dice que le va a comprar la comida al perro y cuando llego a la noche, me entero de que se olvidó y que dejó al perro todo el día sin comer. Pero también, si tiene que tomar un antibiótico lo llamo para recordárselo.

—¿Y a él le gusta que usted sea así?

—Claro, son nuestros códigos. A veces le digo que no puede ser que lo tenga que llamar para hacerle recordar cosas, pero lo sigo haciendo. Es mi forma de cuidarlo, que sienta que lo amo.

—Su marido, además, es el padre de sus tres hijos. ¿Recuerda sus sensaciones como hija? ¿Cómo fue para usted ser hija de padres cuyos nombres eran tan significativos en el mundo del espectáculo?

—No tuve otros, así que no puedo decirte si tener padres como los que tengo es mejor que tener padres anónimos. Para mí ellos son simplemente mis padres, y punto. Lo que sí puedo decirte es que de chica sufrí el tema de la exposición pública a causa de ellos. Yo tendría 7 u 8 años cuando mamá hacía “Mesa de noticias”. La gente por la calle la reconocía y, cuando estaba conmigo, le pedían autógrafos. Entonces, yo me quedaba a un costadito mirando esa escena desde afuera, porque era demasiado fuerte para mí. Después, ya te dije, estaban las burlas y todas las cosas que me decían.

—Esa imagen de mujer siempre joven, atractiva, ¿no generó en usted un sentimiento de rivalidad

—No. Es más, cuando era chica me encantaba estar con ella y que me viniera a buscar al colegio.

—¿Que la fuera a buscar bien vestida, arreglada, producida como una mujer de la televisión?

—En realidad, ella siempre tuvo un estilo muy particular. No cambió mucho con el tiempo: tiene su pelo largo, su forma de vestirse. Nunca me puse a pensar cómo quería que se vistiese para irme a buscar al colegio. Simplemente estaba contenta. Nosotras siempre fuimos muy diferentes, y eso es lo bueno. Nos parecemos en lo organizadas, en la dificultad que tenemos para delegar. Pero ella es más extravertida. Siempre me gustó estar con ella. De hecho los sábados mi papá llevaba a mi hermano a jugar al rugby y nosotras salíamos. Ese era nuestro día. Mirábamos vidrieras, íbamos a caminar. Lo único que no me gustaba cuando tenía 10 o 12 años era que me dijeran: ‘¿Ella es tu hermana?’. O le decían a ella “tu hermanita”, refiriéndose a mí. Pero la verdad, no tuve grandes conflictos con ese asunto. Ella estuvo muy pendiente de mí en la adolescencia. Estaba cuando iba a bailar y no sabía qué ponerme y me veía fea, típico de adolescente. Entonces, ahí estaba ella para armarme un conjunto que me dejara contenta. Reconozco que en la adolescencia una busca diferenciarse de los padres. De hecho, ella siempre fue rubia y yo morocha; ella siempre tuvo el pelo largo y yo después de hacer “Jugate conmigo” me corté el pelo carré, bien cortito. Creo que siempre lo hice en forma inconsciente hasta que empecé terapia. Me di cuenta de que buscaba diferenciarme, buscaba mi identidad. Si el tema me hubiera molestado tanto no hubiese podido trabajar con ella.

—¿Y qué es lo que hoy valora de sus padres y trata de trasmitirle a sus hijos?

De mis viejos valoro muchas cosas. De todo, hay algo que siempre comentamos con mi hermano y que me encantaría poder hacer con mis hijos: no sé qué habrán hecho ellos para que ambos salgamos tan sanos. Ni mi hermano ni yo fumamos, no tomamos drogas ni nada de eso. Y con mi marido creo que vamos a poder hacer lo mismo con nuestros hijos, porque pensamos que lo más importante es el amor que les podamos brindar, el amor que ellos ven en su hogar. Y la verdad es que con Darío estamos todo el tiempo abrazados, de la mano, besándonos, diciéndonos 'Te amo'. Y creo que eso es muy importante para que ellos vivan en un ambiente cálido y de contención.

—Pero sus padres también se separaron.

—Mis viejos se separaron de grandes, yo tenía casi 20 años. Pero ellos, a pesar de haberse separado, mantienen una excelente relación. Nosotros somos muy unidos los cuatro, más allá de que cada uno esté en sus cosas. Somos un bloque muy unido. Si mi mamá necesitara algo, mi papá sería el primero en correr. Y a la inversa. De hecho, ellos se lo dicen todo el tiempo. Y eso, te relaja. Siempre nos inculcaron que teníamos que estar juntos, ayudándonos todo el tiempo. Y eso mismo trato de trasmitirles a mis hijos.

—Y en este jugo de diferencias y similitudes con sus padres, ¿no tiene miedo de separarse, como ellos?

Cuando me casé con Darío lo hice con la convicción de que iba a ser para toda la vida. No sé qué es lo que va a pasar pero, hoy por hoy, para mí esta relación es para toda la vida. Hoy sigo sintiendo lo mismo, y cada vez estoy más enamorada de él. Sería una tonta si asegurara que me voy a morir al lado de mi marido. Pero eso es lo que deseo. Igual sé que hay muchas cosas que pueden pasar y derribar el amor. Cuando miro hacia atrás y veo que pasaron diez años, me sorprendo. Es increíble: el año que viene voy a cumplir diez años y la sigo pasando rebién con Darío. Me divierto mucho.

—¿Piensan celebrar los diez años de matrimonio?

—Tengo ganas. El día que me casé, le dije a mi marido que cuando cumpliéramos diez años lo celebraríamos con una fiesta en la que pudiéramos reconfirmar nuestro amor. Me gustaría invitar a la mayor cantidad de gente que estuvo el día en nuestro casamiento. Además, ahora estarían nuestros hijos. Me gustaría que ellos vivieran lo que fue para nosotros casarnos en su momento. No te digo que pienso hacer un altar, pero me gustaría hacer algo donde pudiera hablarle a él y él a mí, y ver qué nos pasó durante estos años. Y que la gente que estuvo con nosotros también participe.

—El festejo de los diez años, entre otras cosas, la encontrarán más grande, más “vieja”. ¿Le preocupa?

—No tengo problemas con la edad, con las arrugas. Sí me gusta verme bien, verme en la tele y agradarme. Para eso entreno tres veces por semana en un gimnasio, y una vez por semana me hago tratamientos estéticos.

—Pero no siempre tuvo esa relación con su imagen. ¿Fue muy exigente en su adolescencia?

—Creo que tuvo que ver con una etapa de mi vida. Así como te decía que soy muy sana, pienso que por algún lado el ser humano tiene que descargar ciertas cosas que le ocurren, la angustia frente a situaciones que no puede manejar. Quizá mi adolescencia fue un momento complicado: buscaba mi identidad, mi lugar en el mundo, no tenía muy claro lo que quería hacer. Pensá que había entrado a trabajar a “Jugate…”, porque quería estar con mi mamá.

—¿Fue por eso?

—Sí, fue por eso. Quería estar con ella. Aparte, me encantaba bailar, claro. La verdad es que no era mi intención seguir con esto. Había pensado en dedicarme a otra cosa. Pero después surgieron otros trabajos y me quedé. Y me parece que en ese momento, mi forma de descargar tensiones frente a la angustia era con la comida: o me restringía o comía de más.

—¿Fue bulímica o anoréxica?

—No, nunca me internaron. Estuve muy delgada, y se notaba en la tele. El primer año de “Jugate…” estaba muy flaca y, al otro año, estaba pasada para el otro lado. Comía muy poco y hacía muchísimos ejercicios. Tenía una distorsión de la imagen importantísima porque me seguía viendo mal. Siempre me encontraba algo que no me gustaba: que tenía un rollo acá o que lo tenía allá. No me daba cuenta cómo estaba realmente, lo que de verdad era. Después, cuando fui un poco más grande, empecé a hacer terapia y a entender muchas cosas: por qué manifestaba la angustia o las cosas que no podía decir por el lado de la comida. Tenía una discusión con alguien y no podía decirle lo que quería o empezaba a sentir culpa y, de repente, me encontraba comiendo. Comía chocolates por bronca y después no tenía forma de frenar. Empezaba comiendo tres, cuatro, cinco. Y cuando me quería acordar, ya era tarde. Pero a partir del momento en que me encontré con Darío, empecé a sentirme contenida en lo afectivo. Era algo que yo necesitaba.

—¿Sus padres no la contenían?

—Sí, pero hay un punto en que empezás a necesitar otras cosas. Sentía que ellos no me entendían. Quizá por eso no podíamos llegar a ese encuentro de contención y de afecto. Porque ellos se desesperaban porque comiera cuando no lo hacía o que dejara de comer, cuando comía en exceso. No podíamos encontrarnos. Pero cuado, de repente, ves que hay alguien que no te conoce te mira con ojos enamorados y vos sos un barril sin fondo, decís: ¿Pero cómo le puedo gustar así a este pibe? ¿Qué es lo que ve en mí? ¿Por qué me quiere? Me costó muchísimo al principio estar con Darío. Sentía que me iba a dejar. Pero no sólo por el cuerpo. El me conoció en la peor época, y yo sentía que se iba a aburrir de mí. No pasaba por lo estético, el síntoma estaba en otro lado.

—¿El amor de Darío la curó?

—Me fue equilibrando. Quise estar bien por mí y por él. Empecé a cuidarme y a entrenar sanamente, porque hasta entonces lo venía haciendo sola.

—¿Qué le devolvió Darío?

—Me ayudó a ser auténtica, a ser yo misma. Para algunos era “la hija de”, para otros era “la hermana de”. Para otros, “la Gorda”. Entonces, de repente, encontrar a alguien que te ve tal como sos, con el que te podés mostrar auténtica, fue increíble. Para mí fue lindo que alguien me diga te quiero o te amo sin esperar nada a cambio. Eso es todo.

—¿Lo hablaba con él?

—La historia con Darío fue larga porque ya lo conocía, y al cabo de tres años nos pusimos de novios. Al principio estaba como encerrada en mí misma y no quería saber nada con nadie. Sólo iba a trabajar. Estaba haciendo “Chiquititas” y como que no quería engancharme con nadie, él me llamaba por teléfono. A veces lo atendía y le mentía al decirle que me estaban llamando para comer, no le daba bola. Ese año no lo vi. Pero volví a verlo en una fiesta de Telefé y ese encuentro fue importante. Nos besamos y nos pusimos de novios. Ese mismo día lloré y le dije que se iba a cansar de mí, que seguro que me tenía idealizada y que cuando se diera cuenta cómo era realmente, me iba a dejar. Le dije que no era la chica maravilla de la tele, la hija de dos personalidades. Y él me contestaba: ‘Yo estoy enamorado de vos’. Ya entonces, en ese momento, él supo que había encontrado a la mujer con la que se casaría.

—¿Y usted no pensaba que ese chico que era un técnico de exteriores del canal, sólo quería seducir a “la hija de Yankelevich”?

—No, ni a palos. Y el día que lo besé, supe que me casaría con él. Pensá que nos pusimos de novios el 16 de julio del ’95 y, a fines de agosto, un día lo llamé. Estaba en la sala de maquillajes y le dije: “Da’, ¿qué tenés que hacer el 27 de noviembre del año que viene?”. Me dijo que nada. Y yo le pedí que agendara nuestro casamiento. Al mes y medio de estar de novios, pedimos fecha para casarnos. Había estado haciendo numerología y sabía que nos convenía esa fecha.

—¿Y hoy siente que es su príncipe azul?

Somos muy compañeros y tenemos un sentido del humor muy nuestro. Nos divertimos, nos reímos. Lloramos de la risa. Y, además, nos extrañamos mucho cuando no estamos juntos. Nos gusta estar juntos y con los chicos. Pero siempre tenemos un tiempo para nosotros. No creo que nos pase eso de volvernos a encontrar cuando los chicos sean grandes para decirnos: ‘¿Qué nos pasó? ¿Dónde estuvimos todos estos años? No nos va a pasar porque estamos muy pendientes el uno del otro. A mi marido lo amo profundamente. Y cada día que pasa lo conozco más y lo amo mucho más.

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