viernes 19 de abril del 2024
TELEVISIóN 14-06-2017 14:32

Ocho episodios, contados con respeto y amor por el original

Por Marcos Osorio Vidal (*) | El guionista explica el proceso con el que llevó adelante la adaptación de la ficción de Sergio Olguín a la pantalla chica.

La primera vez que oí hablar de Sergio Olguín fue por boca de Diego Andrasnik, productor general de Pol-ka. Veníamos de hacer juntos una tira exitosa: Farsantes y la adaptación de una miniserie basada en una novela homónima de Gustavo Malajovich: El jardín de bronce. Nuestra relación gozaba de buena salud y queríamos extender el vínculo laboral. “Quiero que escribas algo con él –me dijo– creo que se pueden complementar bien”. Lo primero que hice fue googlearlo, luego, me metí en una librería y me llevé a casa La fragilidad de los cuerpos, su primera novela con Verónica Rosenthal, como protagonista. Leí la novela en dos o tres días y la primera sensación que tuve fue de envidia. Envidiaba a ese escritor que escribía lo que quería y cómo quería. Los guionistas muchas veces estamos limitados en nuestra posibilidad de crear. Algunas limitaciones son propias del oficio, ya que el guión no deja de ser una maqueta, una base estructural sobre la que construir y que debe convivir con una producción posible y un tiempo determinado. Actores, directores, cámaras… todos meten sus manos en el texto y la conclusión final es un audiovisual, que es de nadie y es de todos. Pero los escritores, como Sergio, pueden darse el lujo de crear universos y situaciones sin límite más que su propia creatividad.

La intención de juntarnos por parte de Diego fracasó una o dos veces, hasta que unos meses después llegó la propuesta. “Vamos a adaptar La fragilidad. ¿Te interesa?” Claro que me interesa, pensé, me vincula al texto algo más que la fascinación por la historia, me vincula media carrera de periodismo y mi infancia en el conurbano bonaerense. Tomé trenes hasta el cansancio, jugué a la pelota en clubes de barrio y muchas veces confié en quien no debería haber confiado. Pero no estoy loco. Le pedí un tiempo para dar el sí. Necesitaba volver a vincularme con el libro y leerlo con otros ojos: los ojos del profesional del guión.

Necesitaba saber si en esas 344 páginas de ficción había una estructura de serie, y de haberla, con cuántos episodios podía contar. No quería defraudar ni defraudarme. No quería empezar un camino que no iba a poder terminar. Fibrón amarillo en mano me puse a la tarea: división de capítulos, actos posibles, puntos de vista, giros, clímax y etcéteras, llegué a la conclusión de que, si trabajaba a conciencia, había entre ocho y diez episodios posibles. Y dije sí. Y me puse a escribir. Y me arrepentí dos o tres veces –porque nunca es fácil lo que empieza fácil– y seguí escribiendo, desarrollando lo que merecía desarrollo y dejando afuera lo que sentía que no me ayudaba a contar lo que quería contar. En medio del proceso me leí Las extranjeras y No hay amores felices, porque necesitaba entender hacia dónde iba Verónica, porque necesitaba completarla y completarme. Y algunos meses después… terminé… y me acosté a dormir. Porque las horas culo tienen su precio y lo pagás con insomnio. El miércoles se estrenó la serie.  Se estrenó el audiovisual. Ocho episodios, contados con todo el respeto y el amor por la obra original. Gracias Sergio por tu generosidad. Ya no siento envidia, hoy, La fragilidad de los cuerpos me pertenece. Al menos… un poquito.

* Guionista profesional de cine y TV. El jardín de bronce (HBO), La fragilidad de los cuerpos.

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