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Por Diego Gualda
Tenía 83 años. Era razonable que se muriera. Nadie vive para siempre. Para el caso, los Beatles tienen un 50% de mortalidad, y este no es el primer miembro del elenco original de Star Trek en irse. Sin embargo, que Leonard Nimoy, el legendario Señor Spock migrara al cielo de los vulcanos, igual entristece. Porque con él no solo muere un ícono de la cultura popular, sino un pedacito de las infancias de varias generaciones.
Muchos actores de la era "a go go" de la televisión norteamericana quedaron irremediablemente ligados a sus personajes. Adam West siempre será el Batman más psicodélico, el del repelente para tiburones y las "Santas sarasas saltarinas". Don Adams será por siempre en el recuerdo de todos Maxwell Smart, y "te dije que no me lo dijeras".
Nimoy quiso, durante mucho tiempo, desmarcarse del Señor Spock. No pudo. No se lo permitimos. Intentó la dirección de cine, la literatura, la poesía. Pero acabó, en la madurez, haciéndose cargo de quién era: Spock, el de la lógica implacable como una forma de mantener a raya sus pasiones humanas.
Sus orejas puntiagudas, su única ceja levantada, su mano saludando en una "V" poco convencional, su declaración de "fascinante" ante cualquier trivialidad, son parte nuestra, en una porción importante de este planeta del Sector 001 en el Cuadrante Alfa.
Y, aunque sus huesos ya no caminen entre nosotros, seguirá teniendo, para siempre, una vida larga y próspera.
